viernes, 15 de octubre de 2010

AMOR DE PADRE


Ícaro tiene muy poco papel en su obra. De él se cuentan un par de anécdotas: que jugaba mientras su padre trabajaba en las alas, y que quiso volar cada vez más alto, hasta que el sol derritió la cera y cayó al agua. A priori parece poco bagaje. Y más si tenemos en cuenta que se dio, según cuentan los mitos, su nombre a una isla y a un mar del Jónico.
Y es que la figura del padre es alargada. Ícaro es el hijo de Dédalo, su futuro. Esto queda patente por el cuidado con el que el padre le alecciona. Uno sufre por Ícaro, pero al mismo tiempo sufre por Dédalo, cuando se imagina a un hombre que lo ha perdido todo, que pregunta dónde está a su hijo y sólo ve unas plumas que salen del agua. Ovidio dice que le hizo una estatua a Hércules, solamente para agradecerle que hubiera sepultado a su hijo.
Este amor de padre, protección que no es total ni puede serlo, pero que deja al hijo a su aire, no se ve en la mitología hebrea. Allí encontramos la figura de Abraham, primer patriarca y hombre piadosísimo, tan piadoso que el mismo Dios le quiso poner a prueba. Una vez que paseaba por allí, le llamó el Señor y le dijo: “Coge a tu hijo Isaac, ese al que quieres tanto, y vete al territorio de Moria. Sube al monte que te indicaré y ofréceme a tu hijo como sacrificio”. Abraham no quiso negarse, ni siquiera hay en ese pasaje, un triste regateo. No le dijo: te cambio lo del hijo por un carnero. No. Abraham se echó al monte con Isaac, su único hijo, su futuro, sin dar ninguna señal de tristeza.
¿No hay en este padre una diferencia clara con Dédalo? Lo que no hay, de ninguna manera, es algo absurdo en la reacción de Abraham. Según su propia manera de pensar, no hizo mal. Abraham temía a Dios más que a nadie ni a nada, quizá intuía de qué era capaz, y en eso no se puede decir que se equivocara. Si vamos unas mil páginas más allá, el mismo Yahvé, Dios, mandó a su hijo, único también por ahora, a que fuera sacrificado por los habitantes de Jerusalem. Está claro que los padres semitas eran de otro tipo de amor.
Pero, ¿y los hijos? ¿Qué decir de ellos? Isaac no se rebeló a su padre. Le preguntó dónde iban, y por qué, si iban a sacrificar, no llevaban ningún animal con ellos. Abraham le contestó: Dios proveerá (o en la traducción al euskera: Utzi hori Jainkoaren esku, seme). Y parece que Isaac entendió la contestación, pues se fue callado al matadero como intentando pensar en otra cosa. Pudo haberse escapado, sí, pero entonces no sólo se habría rebelado contra su padre, si no también contra el Padre, al Señor y Dios Yahvé, el que destruye ciudades y las pasa a cuchillo. Debió de pensar que había cosas peores que la muerte.
Tampoco podemos decir que se equivocara el pobre Isaac. Jesús, hijo de Dios, no se rebeló, y si no lo hizo alguien divino, ¿cómo lo iba a hacer Isaac, el pobre chavalillo mortal? En el fondo, la muerte a cuchillo no era plato de buen gusto, pero ya hemos dicho que había cosas peores. Por ejemplo: ser azotado, coronado con espino, obligado a llevar un madero, clavado en una cruz hasta ser atravesado por una lanza… La mente del pobre Isaac seguro que no iba tan lejos, pero ya sabía como se las gastaba el Señor.
También lo sabía el nazareno, que se movió toda la vida guiado (derechito a la cruz) por el amor de su padre, y si fuera poco sugiriendo a los demás que amaran a Dios porque Dios los amaba a ellos también. Su único momento de rebeldía fue en la misma cruz, cuando dijo algo que el mismo Isaac pudo haber dicho tranquilamente:
- Padre, padre: ¿por qué me has abandonado?
Abraham abandonó a su hijo; Yahvé abandonó a su hijo. Era todo lo que tenían, y por eso mismo era lo máximo que podían dar. Abraham consiguió así demostrar a Dios todo el amor/temor que le tenía. Yahvé demostró todo lo que amaba/temía a la humanidad. Dijo: desde entonces a ver quien era el majo que no correspondía a ese amor de padre.
Ícaro también grito el nombre de su padre, pero no porque lo había abandonado. Él fue quien se salió del camino, el que quiso rebelarse. Y por eso su padre no lo encontraba cuando miraba detrás. Esa rebeldía le valió a Ícaro la muerte y a Dédalo una pena amarga. Quizá le hubiera ido mejor si hubiera seguido el camino marcado. Isaac se libró por eso, cuando un ángel, criatura alada para más señas, paró la mano de su padre cuando iba a proceder a sacrificarlo. A Abraham, su gesta inacabada le valió para morir viejo y rico, e Isaac heredó su riqueza, y el amor/temor de su padre.
A Jesús las cosas le fueron bien. Tuvo que esperar unas horas debajo de la lapida, días que se le harían largos. Ese fue seguramente su particular laberinto. Pero después ascendió a los cielos, no por el camino directo, como quería Ícaro, si no por el único que te permite salir bien parado y sentarte e la vera del Padre: por la puerta trasera. Por eso ahora, colgado en tantos templos con las manos extendidas, no tiene alas detrás.
Pero Ícaro no acabó bien. A él los dioses no le dieron nada. No pasaba Yahvé por allí, ni Zeus o Poseidón, ni Apolo, ni Atenea. No hay dioses en el mito de Ícaro, y, aunque los hubiera, seguramente Dédalo no les hubiera echado la culpa de la muerte de un inocente. Los dioses griegos eran tan crueles como los semitas, pero Dédalo no amaba/temía a los dioses de igual manera. Podía entender que en ese momento nadie pasara por allí, o que igual pasaban todos, pero nadie le dio importancia a la caída del chico. Auden escribió algo parecido del cuadro de Bruegel. Y luego escribió otro poema donde contaba que el final de Ícaro no fue tan triste: “He became a land.”
O también entendió que la curiosidad exige un precio. Y que quien acaba por acercarse demasiado termina quemándose. El sabio de la caverna de Platón también salio a ver el sol, y ya no fue el mismo. ¿Es mejor quedarse donde estás, o salirte de la ruta, aunque la cera pueda derretirse? Albert Camus votó por Ícaro:“En este lugar, dejo el orden y la medida para otros. (…) Dentro de un momento, seré consciente de que estoy cumpliendo una verdad que es la del sol, y que acabará siendo la de mi muerte.”
LL

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