jueves, 29 de abril de 2010

El sabio socrático

Trankil peña, gaur ez nator musikarekin inor torturatzera-eta, Guantanamon bezala.
Hoy vengo ha hablaros de esa alimaña fea, de ese perro de Laconia, a quien debemos la invención de la religión patibularia llamada filosofía. Y es que el cabrón de Sócrates tiene mucho en común con Cristoloco el Gaizua. La diferencia es que a este último, antes de mandarlo al otro barrio (al de su Padre), le dieron hasta en el canto de la oreja. Ya sabía ya la chavalada de Jerusalén cómo hay que tratar al que viene a "anunciar la Verdad", que en el fondo no suele ser otra que anunciar su venida al mundo. Pero los atenienses..., ¿qué coño iban a hacer esos blandengues del ágora, que hasta tuvieron que aguantar la chapa y el canto del cisne del hijoputa? Esos ya se sabe: ni pasión, ni subida al monte, ni una colleja bien dada en el pescuezo; de esas de: "Ixildu hai, deDio, txapas hostiya!"
Los parecidos no dejan de aparecer. Como el Gaizua, Sócrates se hizo conocido por sus evangelistas. Aquí, of course, los teatrillos de Platón son los canónicos o sinópticos, pero también tenemos los de Jenofonte, y todos los glosadores posteriores.
Como a Jesusito, también a Socrates le hicieron una genealogía, una estirpe de lacayos y sabios, los Presocráticos, para que se viera que era él heredero y verdadero detentador de la corona, el Ungido. Esto se ve bien en el diálogo Parménides de Platón, donde el susodicho, viejuno ya, le da a Sócrates la bendición como al Gaizua se la dio el Bautista. Parménides, en la pelea dialéctica, se dará cuenta de que a conocido al "que iba a venir", y se irá tranquilo a engrosar la lista de presocráticos, esos que apuntaban maneras pero no llegaban a ser verdaderos sabios.
Después de estas preparaciones, y de no haberle dado lo que se merecía, es normal que a Sócrates le salieran discípulos a tutiplén. Si por los menos le hubieran cascado bien, tardarían algunos años en aparerecer Platones, cínicos y demás ralea. Y a partir de ahí tanta gentuza como Zenón de Citio, el fundador de los estoicos, a quien justamente le vinieron las ganas de ser sabio oyendo la vida de Sócrates en los "recuerdos" de Jenofonte. Así lo cuenta, con su habitual estilo, Gil Bera el Grande:

"Antes de ser filósofo [Zenón], se dedicaba al comercio, es decir, a otro comercio. A la edad de treinta años, viniendo de Grecia con un cargamento de púrpura, naufragó a la vista del Pireo. Así llegó a Atenas en estado de bancarrota , cosa que da qué pensar. En la ciudad, se detuvo ante una librería. El librero entonaba en ese momento el segundo libro de Los memorables de Jenofonte. Zenón, encantado con el recital, preguntó dónde vivían “semejantes hombres”. En ese instante crucial, Crates, discípulo de Diógenes el cínico, pasaba por delante del local. El librero lector se lo indicó a Zenón y le dijo: “Síguelo”.
Lo siguió y se hizo su discípulo. Los cínicos eran desvergonzados por mandamiento, cosa aburrida y fatigosa, y, además, sometían a sus aspirantes a pruebas de iniciación más bien ridículas. Con todo eso, Zenón no acababa de ver entre ellos a “semejantes hombres”.
Pasó a estudiar la dialéctica con Estilpón de Megara y luego con el académico Polemón, donde tuvo de condiscípulo a Arcesilao. Pero tampoco estos le parecían los hombres excelentes del libro de Jenófenes.
Consultó al oráculo para saber qué debía hacer para ser como aquellos hombres que admiraba pero no veía. El oráculo le aconsejó que para eso debía tomar el color de los muertos. Habiendo comprendido prudentemente la alusión, se puso a estudiar a los antiguos.
Con notable sagacidad, comenzó a emplear mucho más tiempo en hablar de los hombres excelentes que a buscarlos. Pronto se dedicó en exclusiva a lo primero."

Honerarte Gil Bera. Y nada, que con el ejemplo virtuoso de Sócrates tantos y tantos han sentido su sabiduría y que la Verdad les poseía. Si ya decía Heráclito el oscuro cuál era el método para comprender por qué era uno sabio y no los demás:
"Me investigué a mí mismo".
LL

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